miércoles, 22 de junio de 2016

De Chazón a Bell Ville, de la sorpresa al asombro

I. Chazón, el empujón soñado

¿Hasta Chazón vas a pedalear? Naaaa…” me dice un pibe de La Laguna mientras se pega a mi bicicleta con la suya. Es domingo 5 de junio, está nublado y hace frío pa’ polenta. “Sí, tengo que ir a contar cuentos” le contesto. “¿Y no te cansás?” es la pregunta que sigue y que se va a repetir cada vez que me encuentre con chicos de diferentes pueblos. “Sí, me canso. Pero descanso y vuelvo a salir” les contesto con una sonrisa a la que se suman.


Salí de Villa María por RP4 hacía el pueblo de Chazón, después de compartir la tarde y noche del sábado con El Chumy, un amigo enorme y un clown/percusionista/cirquero muy groso. Villa María es una ciudad de una producción cultural enorme, impulsaba por la reconocida UNVM, una de las pocas universidades donde puede estudiarse Licenciatura en Composición Musical orientada en Música Popular, por ejemplo. Salí a la ruta con bastante niebla, mas como era domingo y el tránsito estaba casi paralizado, el rodar fue tranquilo. Cuando pasé por La Laguna un grupo de chicos montados en sus bicicletas me acompañó las cuadras que dura el pueblo, almorcé increíbles ravioles en Etruria y llegué a Chazón por la tarde, listo para arrancar el itinerario cuentero acordado con Juli Macario, en escuelas, jardines, etc.


Sabía que me estarían esperando en la entrada del pueblo, pero ¡oh sorpresa!, nunca imaginé que habría un montón de personas, grandes y chicos, aplaudiendo, filmando, gritando y riendo, como si recibieran al hacedor de una proeza inimaginable. Me sentí tan emocionado que no me lo creía. Así me recibieron, bajo el enorme monumento al cacique Chazón (realizado por Fabre, escultor no vidente).




Estuve tres días en el pueblo, conté en el jardín, en primario, secundario, un espectáculo para adultos y laburamos en un taller. Combo completo. Toda la estadía fue un sinparar de sorpresas, abrazos, festejos y cuentos, muchos cuentos. Chazón debería ser un capítulo aparte en esta crónica, porque desde el abrazo intenso de los peques del jardín, hasta la charla con el intendente, pasando por la organización perfecta de las actividades del Instituto Agrotécnico, con Claudia a la cabeza, los afiches gigantes con bicicletas y frases que alguna vez posteé en el blog, la calidez de la familia de Julieta, la onda de los medios de comunicación, las hermosas funciones en cada espacio... todo, todo ha sido el empujón soñado para este segundo tiempo viajero arriba de la bici. Gracias chazonenses! 


II. De Etruria a Justiniano Posse

Llegué a Etruria de nuevo por la RP4 y afortunadamente salieron contadas para las escuelas primarias del pueblo. Gracias a eso conocí la hermosa sala de la que disponen, que funciona también como cine, aunque como me contaba Willy, “se usa poco… la gente no viene, es más, si el mismo espectáculo está en Chazón, muchos prefieren ir a verlo allá”. También me contaba que, al menos para él, era la primera vez que se realizaba una función artística para público infantil. Por eso le metimos todo por el todo y llenamos la sala de cuentos, los chicos la desbordaron a carcajadas y quedó el precedente. Ojalá más cuenteros y cuenteras se acerquen, hay buenos escuchadores de cuentos para hacer dulce.



Seguí pedaleando, con mucho perfume a chinche, hacia el cruce de caminos por RP4 y empalmé RP6, hacia Justiniano Posse, donde ya me esperaban Eli y Flor, dos genias de la nueva movida cultural que se da en el pueblo. Almorcé en Idiazábal, un pueblo que el año pasado quedó bajo el agua por la inundación, pero que hoy se ha recuperado. La ex estación de tren, ahora convertida en Secretaría de Cultura, fue mi comedor improvisado.


El agua es el triste protagonista de la mayor parte del trayecto. Los campos inundados a diestra y siniestra denotan un suelo que ya no puede absorber más agua. La variedad de aves es increíble, en esos caminos vi por primera vez una cigüeña fuera del zoo (no pude agarrar ninguna con la cámara) y aunque las lagunas que abrazan el camino son bellas a la vista, uno sabe que no hay nada de feliz en el paisaje. Los campos de soja que agotan los suelos y elevan las napas a la superficie cada vez son más numerosos: “Acá la gente siembra soja hasta en las veredas, qué querés” me contaba una maestra de Etruria. Con agua a los costados, llego finalmente a Justiniano Posse.



Florencia, la Directora de Cultura, me recibe y me cuenta un poco sobre el pueblo (con tamaño de ciudad), sobre la movida cultural, sobre las actividades en las que voy a participar ese fin de semana. Una de las mejores noticias: ¡voy a dormir en la biblioteca! Primer acampada entre libros del viaje. Al día siguiente participo del taller literario infantil “Manos a los libros” coordinado por Eliana. Ahí charlamos sobre el viaje, los cuentos, los libros. Contamos, cantamos y antes de terminar me regalan varias historias y dibujos, una de ellas comenzaba así: "Había una vez una valiente y luchadora..."



Domingo, siesta de biblioteca, siesta para arrimarse del otro lado del árbol. Es que en Posse se ha replicado un espacio que viene creciendo en nuestro país y es la biblioteca “Del otro lado del árbol”. En el 2010, Pilar, una niña de 5 años enfermó y estando internada cuestionaba “Qué lindo sería que además de inyecciones y remedios, las enfermeras trajeran crayones para poder colorear”. Fue por eso que con su mamá, Paula Kriscautzky, comenzaron a soñar con una biblioteca ambulante dentro del hospital. Y el sueño nació, se hizo realidad, se replica en otros puntos del país y no lo para nadie. Si querés conocer más del proyecto entrá en www.delotroladodelarbol.org.ar. Por eso aquel domingo nos la pasamos a puro cuento y música. Ahora ese verde esperanza también viaja conmigo. Me despido de Posse y voy tomando contacto con Estefy, a través del Martín Cabrera, para arribar a Bell Ville, sin embargo, por esas cosas locas del andar, apenas compartiremos con ella una noche de vinos, empanadas y fernet, porque será José quien me muestre la faceta más cultural de lo que en su momento se llamó “La posta del Fraile muerto”.








III. Bell Ville

Para llegar a Bell Ville desde Posse hay que rumbear pal norte y tomar la RP3. Habían pronosticado viento sur pero ganó el que soplaba del norte, así que habría llegado a 10km/h a la ciudad si no fuera por José, el del Cineclub como dice la mayoría, y su moto que me cortaron el viento dos km antes para llegar a unos veloces 16 km/h y hacer la entrada triunfal.
En una de las tantas paradas que hice en el camino, harto del viento, me escribe mi amiga Juli Demagistris: “Marce! Recién veo lo de Bell Ville! Tengo un amigo ahí, el Jose que estará feliz de conocerte”. Tres horas después José era mi escudo ante el viento pampeano. Fuimos a buscar agua caliente y llegamos al Parque Francisco Tau, una reserva forestal de bosque nativo cordobés, un tesoro de nuestro bioma. Llegamos a la orilla del rio y mateamos junto a las ruinas de Manukam, un enorme espacio cultural que tuvo que ser desalojado por órdenes de las nuevas políticas recientes. Si pasan por ahí y ven sus paredes negras sepan que los artistas plásticos taparon sus murales en repudio al desalojo. Nos quedamos conversando hasta que no hay más sol, intercambiando pareceres, reflexiones, ideas, sueños y recuerdos. “Lo popular se infiere” me dice José en un momento. Y para comprobarlo me quedo unos días en la ciudad.



Logro concretar un espectáculo en una de las escuelas primarias, donde los chicos son una enorme máquina de preguntas y preguntas y preguntas sobre el viaje, la bici, la distancia, la bocina, y todo. Eli, de J. Posse, me organiza un espectáculo-charla-taller para la cátedra de Lengua y Literatura del profesorado donde estudia, que sale de mil maravillas.
A mitad de semana asisto a una reunión del equipo que lleva adelante el Cineclub Coliseo, donde José forma parte. Disfruto los mates, el dulce de rosa mosqueta y el apasionamiento que tienen para ponerle el corazón y la cabeza a un proyecto que viene pisando fuerte hace varios años, con ciclos hermosos como el actual, “Enjambre cordobés” que presenta películas hechas en la provincia. Y justo a mitad de la reunión Pamela Ballari, una de las mujeres del equipo, dice: “Ah! hoy se juntan los cuenteros de Bell Ville en la casa de mi mamá”. Su mamá es Patricia Aquino, narradora bellvillense y miembro de un grupo de cuenteros, escritores y amantes de la literatura que JUSTO se juntaban esa noche a compartir relatos y cosas ricas. Así que para aquel lado agarramos en la moto del José. Fue una noche muy cálida, llenísima de historias, pero quiero destacar una muy loca que sucedió. El día que llegué a la ciudad José me hablo del “vasco de la carretilla”, un hombre que hizo miles de km en Argentina a pie y empujando una carretilla casi a mediados de siglo XX. Y quedó la anécdota.
Esa noche Hugo, un señor del grupo, espera su turno para compartir el texto que eligió en su casa. Cuando llegamos el tema del vasco salió otra vez a raíz de mi andar viajando en bicicleta y también por un descendiente de vascos entre los presentes. Se abre la rueda, suenan crónicas, reflexiones, cuentos, poemas. Y le toca a Hugo, que con calma desdobla una hoja impresa y comienza a leer: “Un viejo chiste porteño sostiene que le definición de vasco es: “persona que ve en una puerta un cartelito que dice ‘tire’; entonces, empuja y entra”. Tiene que ver con la fama de tozudos que identifica a los de ese “país” integrado a España. Pero esa característica muchas veces se ha convertido en elogio por la constancia y el esfuerzo habitual en la gente de ese origen. Y quizás un buen ejemplo lo marca la historia de Guillermo Isidoro Larregui Ugarte, más conocido por el apodo que le pusieron los periodistas en la Argentina, su tierra adoptiva: “el vasco de la carretilla”.
Obviamente, nacieron aplausos, exclamaciones de sorpresas, hurras, brindis, de todo. En breve subiré un video contando acerca del vasco.
Al día siguiente, jueves, hubo proyección en el cineclub, vimos “Primero enero” de Darío Mascambroni. Ganó el BAFICI a mejor película y lo tiene bien merecido porque es hermosa, vayan a verla cuando puedan. Y después de dormir el sueño de los justos, pedaleé la mañana del viernes hasta Morrison, un pueblito a 12 km de Bell Ville para contar cuentos en la escuela primaria. Solo puedo decirles que me enamoré de ese grupazo de alumnos, profes y cocineras.

Esta etapa del viaje me ha regalado muchos amigos nuevos y al parecer promete más. El pedal sigue girando, ahora rumbo a Mar Chiquita, ese pedazo de Córdoba que aún no conozco pero que me llama hace rato. Todavía me falta contarles muchas cosas: la acampada en Ballesteros, los amores sorpresivos del camino, los poemas que me atraviesan el pecho, las cosas ricas que comí y tanto más, pero quedará para el próximo post. Les dejo, eso sí, un par de fotos. Buen camino!















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2 comentarios :

  1. Te felicito x lo que haces me encanta cuanta experiencia....estuviste cerca de mi querido pueblo-Ucacha unas fotos bellas.Marcelo un abrazo bendiciones en tus viajes!!!!!!!!!!

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